martes, 12 de septiembre de 2017

Otro verano y éste
Pablo Seguí
Poemas
Editorial Barnacle
Buenos Aires


Presentación: 

¿Y uno qué hace cuando lee?

Voy a ensayar varias respuestas para esta pregunta, que es el primer verso de un poema cuyo título Horas, libros, corazón y cuya dedicatoria para Elisa (für Elise) provocan resonancias románticas, resonancias que por esos caprichos de las palabras, bien se pueden llamar clásicas. La primera respuesta da cuenta de mi costumbre de destripar las palabras, invertirlas, encontrar sus anagramas y sus rimas, y es el corazón de la razón por la que a estas horas estoy aquí con el libro de Pablo Seguí Otro verano y éste, denominación que primero descompuse en ‘Otro Vera no y éste’, y luego recompuse con algún agregado en ‘Otro Vera no ¿y éste? Este sí’. Sí que puede ser un adverbio o una nota musical: Dar el sí, con todo lo que pueda figurarse.
Cosas que uno hace cuando lee. Uno, cuando lee, escribe; escribe, como en ese otro poema Tratando de entender. Acaso sea un pleonasmo burocrático decir de alguien que lee y escribe. Mi abuela, que no sé dónde aprendió a leer, contaba que una vez en un campamento de hacheros, grupo de familias iletradas en medio del monte, apareció un hombre con una rara habilidad: sabía escribir. Le pidieron que escriba algo, y el hombre tomo un palito y trazó unos garabatos en el piso. Le preguntaron que había escrito, y se confesó ignorante, porque todavía no había aprendido a leer. En la superficie la paradoja es notable y notoria, pero en la trastienda sucede que uno (y cuando digo uno, quiero decir yo, cualquiera sea) no sabe leer lo que escribe o no sabe escribir lo que lee, y el caso es flagrante en poesía, porque la poesía se parece a los sueños y no hay regulación del soñar y de leer los sueños, cito a Seguí, el corazón no encuentra lo que busca…los libros dicen muy poco ya.
Pero trata de entender. Porque cuando lee uno suprime la distancia, pero cuando la suprime advierte que hay una distancia insalvable, y entretanto evoca otras lecturas, y tratando de entender puede suponer una historia teórica, rastreable hasta las primeras décadas del siglo pasado, cuando el lógico-matemático Kurt Gödel eliminó a la vez la necesidad de los metalenguajes y la imposibilidad de hablar de un lenguaje en el mismo lenguaje. Casi en paralelo Ezra Loomis Pound anuló la diferencia entre la crítica literaria y creación literaria: “la mejor crítica de Madame Bovary es el Ulyses de Joyce”, o sea, la mejor crítica de una novela es otra novela. Seguí, en su poesía, enjuicia la poesía; leo:  
Las palabras ¿qué pueden?
Que haré con ellas? ¿Qué
Me permite mezclarlas,
Cortar, alzar?
(Interrumpo la lectura para una breve digresión, algo que hago a menudo cuando leo: ¿cortar, alzar o cortar al azar?, de la que me devuelve inmediatamente la continuación del poema:)
           Y tocan
Manos impredecibles
Muchas veces.

Pero hay quizás una fusión más intensa en la apuesta poética llevada a cabo por Seguí, sobre cuya pista me puso Daniel Freidenberg en el prólogo: entre prosa y poesía sólo hay una distinción de grado y no de género: el vocabulario es común a una y a otra (¡y pensar que son las mismas palabras!), aunque algunos vocablos puedan ser desdeñosamente llamados vulgares y otros presuman de mejor prosapia o algunos se ordenen en raras metáforas. Incluso se señala la transición en un dístico puesto entre paréntesis:
(se van las horas, las horas
Dejaron de ser sonoras.)
    En el continuo se produce también una situación apremiante, la imposibilidad de salir de las palabras, y el poeta tiene la percepción mallarmeana de la obra como fracaso:
Yo sé que las palabras
Ni las fotos
Podrán tenerte nunca.
Así dice en Un mundo y, porque entre las cosas que uno hace cuando lee está el buscar (¡encontrar!) armonías ocultas, respuestas a preguntas tácitas, continúa o contesta en Y te callás:
Y sí: poquita cosa
Era la poesía….
….La Musa
Que le dice que apenas
Una voz, sus palabras
-esas menesterosas-
Es el poema: voz
Como la de cualquiera
Pero tuya…..
Palabras, nada más
Que palabras…
…….como
Las de cualquiera, cuando
Te conoce y pregunta
A qué te dedicás.

            El fracaso, por supuesto, es relativo, como el éxito. Acaso es preferible fracasar en una escalada al Everest, o siquiera al Champaquí, que tener éxito en subir al primer piso por la escalera. Y en el hacer, el poema aparece como un Everest inaccesible, se divisa la cima a mayor o menor distancia, pero fuera del alcance: un objeto mágico, y no es posible avanzar más, y de la visión han quedado solamente palabras, huellas, gramática…Sin duda un fracaso digno de admiración, figura tal vez de la existencia humana para aquellos que crecimos leyendo al primer Sartre: pasión inútil de procurar al mismo tiempo ser en sí y para sí; la poesía es para sí, pero las palabras son en sí, cosas inertes entre cosas inertes, a menos, claro está, que un lector les insufle nueva vida, y surge otra vez la pregunta ¿y uno que hace cuando lee?, y uno quiere insensatamente ser el otro en ese momento, ser esa mirada que recorre implacablemente los renglones y los proyecta vaya a saber por qué mundo insondable, por qué infierno. El fracaso  equiparable a una derrota, de ahí tal vez estos versos Para los derrotados:
El violín, en su estuche
Corta una cuerda. Poco
A poco deshará
Su propio cuerpo. Prendo
Un cigarrillo y fumo
Apostando a que el vicio
Finalmente me pierda
Porque la muerte es dulce
Para los derrotados.
Y uno, el otro, éste evoca a Nietzsche: di tu palabra y rómpete, ha dicho su palabra, ha brindado su música y se ha roto, y está dispuesto entonces a clamar y reclamar  con César Vallejo ‘y si no sobrevive la palabra, que se lo coman todo y acabemos’. La ventaja del poeta, porque alguna ventaja ha de haber en todo esto, es que puede reencarnarse y volver en otro poema después de haber cantado su propia muerte. Derrota, por otra parte, es también camino, sendero en descampado, orientación en el mar, traslado, metáfora de otro verano a éste. Después del descenso, el ascenso, la vuelta a la vida, y el poema que da título al libro insinúa una dinámica emocional –aunque podríamos decir ontológica- en la que para llegar a ser se necesita haber dejado de ser:
Increíble. Si piensas en esa noche
De lluvia en que entreví
La verdad de los cuerpos al mirar
Aquella lluvia….
-al cabo de los años
Y de una suerte inteligente y ciega
Que atrás dejó los nombres
Me doy cuenta de que nada
De lo que ahora tengo
Me faltó nunca….
………………Cuánto  se engañó
Mi corazón con fuentes
Retorcidas…..Cuánto encuentro
De lo de siempre en vos,
Amor, en tu palabra y en tu risa.
La lectura se detiene en ‘una suerte inteligente y ciega’, porque la contradicción es la marca del vacío y deja sin lugar a los demás signos, pero también es una apertura por la que se filtra la luz y rehabilita –resucita- las palabras –la palabra, tu palabra- y posibilita la recuperación, que es un ‘darse cuenta’, una íntima revelación
De la más ociosa infancia
……………….
Lo que jamás podremos olvidar
El amor a la vida.
                                                                                                         
       Otra cosa que uno, yo, suelo hacer cuando leo es contar sílabas, que es lo que uno hace cuando escribe, hasta cuando lee o escribe prosa, y sin embargo, llegando al final advierto que no lo he hecho, estimo que ha de ser por cierta familiaridad con endecasílabos y heptasílabos, que son casi mi manera de respirar o la suya, la de uno como yo, o la de Pablo Seguí, y porque el octosílabo, como se dice, es la respiración del castellano, o porque la métrica y la gramática coinciden en la fluidez del discurso o, sin tal vez, porque uno, yo, ha preferido más bien especular con imaginaciones que entretejidas trazan una vereda –Vereda de mi hogar- que conduce a la última palabra del libro:
Renacer.
Muchas gracias.

Daniel Vera,

Córdoba, septiembre de 2017.

sábado, 22 de julio de 2017

Custodio de la fé pública




































El título de la escultura de Guillermo Lotz situada frente al Colegio de Escribanos destaca su sentido de monumento alegórico, y da pie a una inmediata y evidente interpretación, por lo tanto no quedaría más que señalar la pericia técnica con que ha sido ejecutada. Pero las alegorías, aparte de estimular algún comentario malicioso, pueden ser cabalmente recibidas como metáforas, esto es: como figuras que no obedecen a una codificación estricta y permiten investigar alternativas de sentido, por ejemplo, suponer que el nombre ‘Guardián de la fe pública’ no se refiere a la profesión notarial sino a la actividad del artista. Es sabido que en el juego creativo de la imaginación el artista, quiéralo o no, supera su mirada y  va más allá de sus intenciones, de manera que el autor es considerado como un ‘medium’, un mensajero –ángel o demonio- habitado por un genio que recibe su distinción de las Musas o del Espíritu (o más llanamente, de las profundidades de su psiquismo que se las arreglan para burlar la censura y las limitaciones de la conciencia y dan lugar a insospechadas asociaciones); es así que alguna vez se lo ha llamado ‘espía de Dios’ y otra  ‘legislador de la humanidad’, trazas que se encuentran en lo que se llama inspiración, en la palabra ‘vate ‘ y en la familiaridad entre poesía y profecía: el artista resulta guardián de la fe pública en la medida en que su obra es un des-ocultamiento, una revelación: de ahí los rasgos apocalípticos de esta obra de Lotz, que extiende en el espacio la posibilidad de esta gramática. Ciego, el artista parece no ver nada, pero sólo no tiene ojos para lo más obvio, mientras su ángel protector  lo hace confidente del destino.



Daniel Vera

Córdoba, 2017

martes, 28 de marzo de 2017

Julio Cabrera: filósofo, cordobés y pesimista
JULIO CABRERA
“No consigo trabajar dócilmente en áreas ya constituidas. La filosofía de la lógica fue para mí un ámbito de discusión de la Lógica Formal en sus pretensiones de decidir acerca del sentido y validez de discursos filosóficos. La filosofía del lenguaje, una oportunidad de discutir la hegemonía analítica en esta área y estudiar la variedad de filosofías del lenguaje (analíticas, hermenéuticas, meta-críticas) siempre en conflicto mutuo. Mis reflexiones sobre Cine y Filosofía pueden ser vistas como estudios sobre el lenguaje de imágenes y creación imaginante de conceptos. La ética, un dominio en donde conseguí desarrollar antiguas intuiciones acerca de la imposibilidad de la moral, la inmoralidad de la procreación y una posible moralidad del suicidio. Mis intereses actuales en el pensamiento latino-americano (o desde América Latina) tratan de ubicar mis trabajos lógicos y éticos en una dimensión de pensamiento insurgente, contra la hegemonía del pensamiento euro-centrado en las universidades latino-americanas, y sobre todo brasileñas.”
·         El Lógico y la Bestia (1995)
·         O Cinema pensa (2006)
·         Diálogo/Cinema (2013)
    Hasta aquí  algo que Cabrera dice de sí y una lista autorizada de sus libros. Para quien encuentre interés en su pensamiento puede continuar consultando su blog
filosofojuliocabreraes.blogspot.com/. De mi parte, digo que comenzamos a estudiar filosofía en la UNC allá por 1965 y que lo admiré desde un principio; recuerdo que estaba en clase con un amigo de entonces, Carlos Converso, titiritero en México, según las últimas noticias que tengo, y que lo señalamos y apodamos ‘Cara de genio’; luego nuestro interés común en lógica por una parte, y en literatura por otra, una coyunda no muy frecuente, nos fue aproximando, pero él iba siempre adelante –acaso porque me distraje demasiado con el periodismo, el sindicalismo y la política, o sin acaso simplemente porque él iba adelante-, hasta el punto en que yo recibí mi título de licenciado el mismo año y en el mismo acto de colación de grados en que él obtuvo el suyo de doctor, luego de que hube cursado bajo su dirección un seminario sobre la estética de Wittgenstein, además de haber aprendido en esos años bajo su amistosa guía casi todo lo que sé de música y de cine. Así, para que se comprendan nuestras afinidades y diferencias; luego él conoció la persecución y el exilio, motivados seguramente por la envidia y la originalidad de sus perspectivas, ya que no tenía militancia política alguna. Su carrera académica, y su vida, continuaron en Brasil, mientras yo me fui convenciendo poco a poco de que no quería moverme de aquí ni siquiera transitoriamente: Ach, verglebich das Fahren!
   Debo haber sido algo optimista entonces, porque sufrí el encanto de la Revolución, pero un optimismo matizado con la lectura del Cándido de Voltaire y con una tendencia anti utopista alimentada por George Orwell, Aldous Huxley y Bertrand Russell, de modo que no faltaron discrepancias entre Cabrera y yo, lo que hacía entretenidas nuestras conversaciones. Con el tiempo y las magulladuras históricas advertí que la democracia, sin llegar a ser buena, es un mal menor frente a cualquier utopía imanente o trascendente, sea para delirar con un Reich de mil años, con un paraíso terrenal socialista o con la salvación eterna; puede que esta valoración sea lo que resta de aquel precario de optimismo. Eso sí, siempre me gustó vivir, y me gusta todavía, y nunca me pregunté si eso era bueno o era malo, acaso peco de frívolo porque la tematización de la ética más allá de la lógica deóntica me ha sido particularmente esquiva. Pero quiero quedarme con un corolario del pensamiento cabrío en su diálogo con Dussel: el pesimismo no es revolucionario. Pero, agrego, tampoco es depresivo, de ahí que en mi agenda el suicidio es un acto optimista que se comete con la convicción de terminar con un mal, sea personal, social o ultramundano, lo mismo que el fin del mundo y el juicio final implican la esperanza de acabar definitivamente con el mal o mejor, con el Mal.
   En mi peronismo, no he dejado de sentirme un paria intelectual, por no anhelar un pensamiento nacional o una llamada filosofía o teología de la liberación: cada uno piensa donde está, con lo que tiene y como puede, desconfiando –si se aprecia pensar, se tiene que ser desconfiado- de quienes pretenden ayudar a pensar, porque estos ‘ayudantes’ por lo general quieren hacerte el bocho, es decir, suprimir o limitar cualquier asomo de pensamiento personal. De ahí que me parezcan de suma importancia las ideas de Cabrera a este respecto: ni lo europeo es universal ni lo brasileño (o lo argentino) es nacional. Apuesto un poco más, fuera de algunas convenciones estatales, la nacionalidad se diluye en multitud de figuras en la que confluyen azarosamente líneas provenientes de las más diversas direcciones y la universalidad, si es algo, es la capacidad de asimilar (luego de haber devorado, según lo quieren Cabrera y Oswald de Andrade) y potenciar esas líneas en creaciones e invenciones inéditas. Que uno de los efectos de la enseñanza institucional de la filosofía es mitigar estos efectos insurgentes no es un fenómeno local y se manifestaba ya en una carta de Hegel a un ministro de educación donde anotaba que la incorporación de la filosofía en el Gymnasium, apartaría a los jóvenes de escabrosas cuestiones como la existencia de Dios, el alma, la libertad, etcétera. Latente está en esas palabras la aspiración totalitaria de utilizar las escuelas, colegios y universidades para enseñar la ‘Verdadera Filosofía’, aspiración que con mayor o menor énfasis se esconde en todo programa de pensamiento hegemónico u orgánico; por el contrario, puede decirse que si dos personas piensan lo mismo, hay por lo menos una que no piensa. Encuentro en Cabrera esta celebración de la diversidad, y la celebro, no porque propendan a una liberación tutelada, sino porque afirman esa elusiva noción denominada libertad: sapere aude!

Daniel Vera
Córdoba, 2017