sábado, 22 de julio de 2017

Custodio de la fé pública




































El título de la escultura de Guillermo Lotz situada frente al Colegio de Escribanos destaca su sentido de monumento alegórico, y da pie a una inmediata y evidente interpretación, por lo tanto no quedaría más que señalar la pericia técnica con que ha sido ejecutada. Pero las alegorías, aparte de estimular algún comentario malicioso, pueden ser cabalmente recibidas como metáforas, esto es: como figuras que no obedecen a una codificación estricta y permiten investigar alternativas de sentido, por ejemplo, suponer que el nombre ‘Guardián de la fe pública’ no se refiere a la profesión notarial sino a la actividad del artista. Es sabido que en el juego creativo de la imaginación el artista, quiéralo o no, supera su mirada y  va más allá de sus intenciones, de manera que el autor es considerado como un ‘medium’, un mensajero –ángel o demonio- habitado por un genio que recibe su distinción de las Musas o del Espíritu (o más llanamente, de las profundidades de su psiquismo que se las arreglan para burlar la censura y las limitaciones de la conciencia y dan lugar a insospechadas asociaciones); es así que alguna vez se lo ha llamado ‘espía de Dios’ y otra  ‘legislador de la humanidad’, trazas que se encuentran en lo que se llama inspiración, en la palabra ‘vate ‘ y en la familiaridad entre poesía y profecía: el artista resulta guardián de la fe pública en la medida en que su obra es un des-ocultamiento, una revelación: de ahí los rasgos apocalípticos de esta obra de Lotz, que extiende en el espacio la posibilidad de esta gramática. Ciego, el artista parece no ver nada, pero sólo no tiene ojos para lo más obvio, mientras su ángel protector  lo hace confidente del destino.



Daniel Vera

Córdoba, 2017

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